sábado, 25 de marzo de 2017

SOMOS CIUDADANOS DEL CIELO

SOMOS CIUDADANOS DEL CIELO
Marco Antonio Huelga de la Luz, Pbro.

He combatido la hermosa batalla, he llegado hasta la meta y me he mantenido en la fe. Así se dirige San Pablo a Timoteo cuando estaba apunto de encontrarse cara a cara con Cristo. Un combate que para San Pablo nunca fue un martirio sino el camino al premio celestial que es al fin y al cabo el gran banquete que el Señor nos promete. Nuestra vida es un comenzar y recomenzar de nuevo cada vez que nos equivocamos y cometemos aquellos errores que nos alejan de Dios. El Señor un día nos eligió como a sus apóstoles, pero después de esa elección caemos en la debilidad que nos lleva a equivocarnos incluso al abandono. Por ello el sacramento de la penitencia está unido muy estrechamente a la santidad primera que es nuestra vocación. La vida cristiana es un camino en el que nos sentimos repetidamente perdonados.

Dios nos mira uno a uno y va por delante nuestra. Nos ha escogido desde el inicio del mundo. Podemos decir que estamos aquí porque Dios quiere que estemos en este lugar y en este momento concreto. Y eso tiene que ser motivo de agradecimiento. Cada día nuestro corazón tiene que repetir agradecidamente las mismas palabras a modo de jaculatoria: «gracias Señor por haber pensado en mí».

Nuestra estación de penitencia es precisamente una parada ante el mismo Dios que ve nuestro corazón arrepentido, que tras haber hecho una penitencia, se postra ante la grandeza de su gran misericordia. Es una «estación», una parada en el primer templo, cabeza y madre de todas los demás templos de la díócesis. Tras haber hecho una penitencia por el perdón de nuestros pecados hacemos estación en la Santa Iglesia Catedral. Y adoramos al Señor que está en el Sagrario o en el monumento de Jueves Santo.

Nuestra estación de penitencia no es un desfile procesional ni una simple procesión. Nuestra estación de penitencia cumple el gran cometido que tiene el peregrinar cumpliendo nuestra penitencia tras habernos arrepentido y confesado de nuestros pecados. Los distintos modos en los que hacemos nuestra estación de penitencia dentro de la cofradía en la calle nos posibilita el cumplir la penitencia. Por ello ese esfuerzo físico que realizamos es un ofrecimiento a Dios por el perdón de nuestros pecados que previamente hemos confesado por medio del sacramento de la penitencia.

La Catedral simboliza esa Iglesia del Cielo, esa Jerusalén Celeste a la que el Pueblo de Dios se dirige en peregrinación. La Catedral acoge a un gran número de personas del pueblo que quiere encontrarse con Cristo Salvador. Esa es nuestra Esperanza que nos impulsa a mirar de frente presagiando la alegría pascual del gran misterio de nuestra fe que es la Resurrección. Casi podríamos decir que nuestra estación de penitencia es casi una procesión de alabanza en la que nuestro corazón ya se deja envolver por la Pascua Salvadora que está a punto de acontecer.

El triduo pascual tiene un ritmo ascendente que nos lleva inexorablemente a la alegría de la Pascua. Por ello nuestra estación de penitencia tiene un resultado bendecido por la gracia santificante de la misericordia de Dios. Esa misericordia que no tiene límites y que nos llena de salvación. De ahí que el combate al que se refiere San Pablo es un combate hermoso que le lleva al gran premio que es encontrarse con Cristo en esas estancias que el mismo nos tiene reservadas en el cielo.

Nuestra meta está en la Santa Iglesia Catedral donde hacemos nuestra parada para adorar al Santísimo Sacramento. Cada vez que perdemos el norte, sabemos que al menos cada año lo volvemos a encontrar en la meta de nuestro peregrinar y nuestro combate. Lo importante es mantenerse firmes en la fe y saber que tras la estación de penitencia, el resultado es la gloria que se manifiesta en verdadera alegría de la Pascua de Resurrección. 

Nuestras cirios encendidos irán iluminando el camino que debemos emprender. Serán el símbolo de la Verdadera Luz que nos guía que es la Luz de Cristo. Nuestros hábitos nazarenos nos ayudarán a mantenernos en la humildad y en el anonimato del que sabe rezar y mortificarse en lo escondido. Nuestros pasos bien dados marcarán el ritmo de las cosas bellas que agradan a Dios. Son precisamente los pasos bien andados, los dados desde el amor y desde una fe sincera y Arme, a pesar de nuestras debilidades y faltas, los que nos ayudan a avanzar providencialmente hacia la meta: Cristo, con la ayuda e intercesión de María en comunión y reconciliación con nuestros hermanos, expiando sinceramente nuestras faltas y debilidades bajo el cayado protector y paternal de nuestro obispo y pastor, en recto, justo y Ael caminar hacia la tierra promisoria del cielo. Y todo ello irá acompañado de la música, el incienso que busca el cielo expresando nuestra reverencia y oración regalando su aroma a lo más sagrado y las flores que preludian el paraíso eterno de la mañana de la Resurrección. 

Hagamos una buena estación de penitencia y reflexionemos acerca del verdadero sentido parándonos en algunas cuestiones que nos pueden ayudar: ¿Tiene sentido vestir la túnica sin vivir la hermandad?, ¿Nos hemos reconciliado con nuestros semejantes?¿ Hemos usado el sacramento de la Reconciliación?, ¿Cuándo fue la última vez que rezamos? ¿Por qué no lo haces ahora, mientras lees este artículo?. La estación de penitencia comienza en nuestra propia casa. Por ese motivo, los cofrades somos tan insistentes en la importancia de hacer el camino a la Iglesia con el hábito puesto y la cara cubierta. 

Vestirse de nazareno es un rito muy importante que también podemos hacerlo de forma cuidada. Porqué no hacerlo rezando una oración. 

«Padre, me dispongo a vestir la túnica de mi Hermandad. Pongo en tus manos mi vida, para que sea testimonio creíble de la fe que profeso. Revestido con la túnica, quiero caminar junto a mis hermanos, siguiendo los pasos de Jesús, tu Hijo, que camina hacia el Calvario. Que veamos en el esfuerzo, el sacrificio, la oración y el silencio, la más bella ofrenda que podamos ofrecer. Que mostremos al mundo la belleza del amor entregado. Y junto con la Iglesia, contemplemos al que traspasaron, para que pasando por el umbral de la muerte proclamemos gozoso que Cristo, el Señor, ha resucitado. TE lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor. Amen». 

A continuación recemos el Padre Nuestro, el Ave María y Gloria. 

Si acompañamos al Santísimo Cristo de las Tres Caídas y a la Virgen de la Esperanza, ¿nos acordamos de ellos? ¿por qué no rezarles?. El Stmo. Cristo de las Tres Caídas representa a Cristo con la cruz a cuestas sufriendo camino del Calvario cayendo por tercera vez y superando cada caída. Meditemos sobre este pasaje bíblico. 

Tras la estación de penitencia Demos gracias a Dios por la salida procesional. Volvamos a casa con actitud de recogimiento. Tengamos en cuenta que la estación de penitencia no concluye hasta que llegamos a casa y nos quitamos el hábito. Al quitarnos el bábito, demos nuevamente gracias a Dios. Cuidemos y mimemos nuestro hábito porque forma parte de nuestro encuentro anual con Cristo. Durante el resto del año sigamos viviendo la fe que hemos profesado. 


Esa es nuestra meta que juntos como hermanos miembros de una misma hermandad y peregrinos en la misma cofradía: gozar del amor que Dios nos tiene eternamente en el cielo, buscar el refugio y cobijo en el Señor. Ese es nuestro destino y fin. Darnos cuenta que lo demás, nuestro andar y procesionar por la vida, es sencillamente algo que se esfuma. Recordemos en todo momento que la penitencia no es otra cosa que ofrecer nuestro esfuerzo, nuestro cansancio, como prueba de nuestro inquebrantable compromiso por Cristo. Proclama nuestra fe con el deseo de ser bendecido nuevamente por Dios. Que el Santísimo Cristo de las Tres Caídas y Nuestra Señora de la Esperanza vayan siempre muy dentro de nuestros corazones y caminemos siempre unidos a Ellos.

Fuente: Anuario de la Esperanza de Triana 2016




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